Mi vivo retrato

24.01.2013 00:00
Manuel Carrasco Moreno

 

Era mi vivo retrato y le invité a venir a casa. Le vestí con mi traje de novio, le puse un marco y le coloqué en el salón. Fue la admiración de todas mis amistades. Hubo quien dijo que era, sin duda, un Antonio López. A veces le vestía con ropas de época y alguien aventuró que lo podía haber pintado el mismo Velázquez. También mi mujer estaba encantada porque la entretenía mientras yo iba a la oficina. Mis hijos, en cambio, se quejaban de que era demasiado tener que soportar las órdenes por duplicado.

La gran ventaja era que iba cambiando al unísono conmigo y nuestro parecido se mantenía en el tiempo. La verdad es que a él le salían más canas y había que teñírselas de vez en cuando.

Un día, que estaba yo griposo, se ofreció para sustituirme en el trabajo y nadie se dio cuenta del cambio. Otra vez acompaño a mi mujer a la compra y una noche fue con ella a la ópera porque yo tenía jaqueca.

En vacaciones lo llevábamos con nosotros y lo colocábamos en la habitación del hotel. A mí me daba un cierto reparo que nos viese en la cama aunque él se tapaba los ojos cuando nos íbamos a desnudar. Mi mujer decía que no le importaba, porque era ya como uno más de la familia.

Era callado y aseguraba que así era feliz, pero en unas fiestas de navidad me rogó que le sustituyese en el cuadro porque él quería visitar a su familia. Nos cambiamos la ropa y él se marchó asegurando que volvería en un par de días.

Han pasado tres largos años y aquí sigo convertido en mi vivo retrato.