El mercadillo de Torrijos - ahora Conde de Peñalver - (segundo premio)

24.01.2013 00:02
Amparo Méndez-Villamil

Parece que estoy viéndome en mi niñez, cierro los ojos y puedo sentir el frío de las calles madrileñas en los días previos a la Navidad. Los chicos no sentíamos el frío aunque la nieve se acumulara al borde de las aceras.

Contábamos los días, deseábamos que llegaran estas fechas, no teníamos colegio y siempre había un poco más de manga ancha en las casas, podíamos ir a dar un paseo y encontrar a los amigos que hasta ahora con la rutina del colegio nos veíamos poco.

En aquel tiempo no teníamos teléfono ¡ni falta que nos hacía! éramos una gran panda, nos reuníamos los chicos de tres portales como por telepatía y allí estábamos todos para celebrar que eran días de Navidad.

Mi familia vivía en una buena calle del barrio, con grandes Iglesias, hermosas tiendas a las que acudían las gentes de compras, había varias zapaterías, cosa que me ha llamado siempre la atención, un gran almacén de paños, tanto para confección de trajes como ropa de casa, mercerías, ferretería, cafetería, pastelerías, juguetería, papelería, farmacias, tiendas de ultramarinos, carbonería, pescaderías, pollerías en las que se vendían pavos vivos en estas fechas y hasta una fábrica de hielo y llenado de sifones. Muy cerquita un gran mercado que conservaba el antiguo nombre de la calle principal, Mercado de Torrijos y un largo etcétera de tiendas que hoy no recuerdo.

Quiero decir con este relato que vivía en una calle con gran animación, todos o casi todos los vecinos del barrio por hache o por be, pasaban por allí en algún momento del día para hacer sus compras o para ir a coger el tranvía o el metro que tenía en esta calle tres estaciones: Goya Lista y Diego de León. También podríamos contar que en la calle hubo una cárcel durante mucho tiempo, pero eso es otra historia.

Retazos de nuestra infancia.

Recuerdo con alegría como disfrutábamos los chicos en estos días navideños. Ponían ¡oh maravilla! un mercadillo en la calle Conde de Peñalver desde Goya a Don Ramón de la Cruz cuatro manzanas, tanto en los números pares como en los impares. Allí sí que disfrutábamos mirando toda suerte de mercancías. Paseábamos una y otra vez la calle. Recorríamos los puestos de juguetes, los de figuritas de barro del belén, los de bisutería barata bien iluminada para que resaltasen los brillantes de mentirijilla colocados entre el serrín, los de pipas y chufas, los de mazapanes y polvorones, en otros puestos vendían panderetas de madera y badana, zambombas con papel de seda recubriendo el bote de tomate al que iba sujeta la caña etc.

Nunca se nos olvidará el puestecillo que tenía allí un indio de la India, vestido con turbante, que vendía perfumes, era un personaje que nos llamaba la atención y más, pensando que decían era hijo de un marajá y de una mujer española, lo mirábamos

Todos con extrañeza, nos deteníamos delante del puesto solo para verlo, él nos asustaba con un ¡oh! Salíamos corriendo. No había muchos extranjeros en España tan exóticos y menos en mi barrio.

Fueron tiempos muy importantes para todos, nos acostumbramos a compartir lo poco que teníamos. Tanto chicos como chicas desde pequeños jugábamos juntos a las chapas, al clavo, al rescate, bueno los chicos no querían jugar con nosotras si sacábamos los recortables, pero ellos sacaban entonces los cromos, jugábamos al diàbolo a ver quién lo lanzaba por encima de los cables de la luz, saltábamos a la comba, ellos nos ganaban, solo, en el salto de altura. Llamábamos a los timbres de los portales para hacer rabiar a los porteros. Al tiempo cuidábamos de los hermanos pequeños y les enseñábamos a jugar a nuestros juegos.

Ayudábamos a nuestra madre con la limpieza, los recados que si pan, que si leche, que si bajes a por chocolate para la merienda o a la mercería de Conchita a por una bobina de hilo, e ibas refunfuñando pero antes de cerrar la puerta de tu casa ya se había pasado el enfado.

Ahora; aquellos años los recordamos siempre en estas fechas. Especialmente vienen a nuestra memoria los familiares que hemos perdido y que nos ayudaron a ser lo que hoy somos, a que creciéramos felices, sanos de cuerpo y mente, y de los que hemos procurado seguir su ejemplo a lo largo de nuestra vida. A los amigos que nos acompañaron en nuestra infancia y juventud y se fueron de nuestro lado para siempre pero que no olvidaremos pues son parte de nosotros mismos.

Son nuestras vivencias, fueron otros tiempos distintos de estos, fueron los tiempos que nos tocó vivir. Fueron los nuestros, los míos.